Algo más que ojos verdes
- Tinta de un bisturí
- 24 abr 2023
- 1 Min. de lectura
Me declaro ignorante en geografía. La selva amazónica tiene una sucursal cuya existencia era desconocida para mí.
El archivo en mi memoria correspondiente a la primera vez que fui consciente de tu mirada podría ser una página de un cuento infantil; Una mirada que se independiza del cuerpo que la alberga para mantener sus propias conversaciones y convertir sus deseos en órdenes cuyo cumplimiento no admite dilatación.
Vagaba por caminos insignificantes, cuyo interés por llegar a algún destino no había dicho presente. Sin darme cuenta me envolví entre el verde aquel y recibí dosis de ansiedad a las que no había estado expuesta; no por querer salir, no por perderme, no por haber sido desarmada sin siquiera enterarme... Y sí, el no tener una respuesta responsable de aquellas dosis, traía consigo dosis extras a las que, sin darme cuenta, me volvería adicta.
Era su mirada el principio del fin, mi fin.
Me miraba y yo, jugando a escapar, perdía el aliento al encontrarme con esas armas que, en automático, aniquilaban cualquier acción que no fuera la de sumergirme en ellas.
Sí, sólo me miraba...
Unos días con un verde tan sutil como una hoja preparada para recibir el otoño o uno tan vívido como el encargado de darle la bienvenida a la primavera, y otros con un verde tan profundo como las aguas de una laguna que no admite huéspedes.
Si no sabía de su existencia, ¿cómo pretendía conocer la ruta a tomar para salir ilesa de tal abismo?
Me perdí, y lo que es peor, no tenía la más mínima intención de encontrar el camino de regreso.
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