En brazos de una ola
- Tinta de un bisturí
- 9 feb
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Sábado soleado.
La vista en algo más que el mar.
Las ganas esparcidas en la arena.
El sol le dibujaba líneas que mis manos ya conocían… y mis labios también.
Las nubes ausentes.
La temperatura en acenso.
Sus pisadas hacia el agua, y mi mente hacia él.
A lo lejos, su pelo, ya no tan negro, llamaba algo más que mi atención. Y su espalda, sin fin… con las dimensiones de un laberinto del que no busco salir.
Clavé la mirada en su pecho, mientras el imán de su ombligo no supo detenerla y la dejó caer… olvidando las leyes de la gravedad y deteniendo el tiempo entre su cintura y sus piernas.
Mis ojos lo recorrían.
Mi cuerpo anhelaba sentirlo.
Mi mente no sabía parar… y yo no quería detenerla.
Caminé o quizás corrí, o él vino hacia mí, no lo sé…
Su cuerpo me arrastraba como ola, y yo, sin resistirme, le seguía.
Me sumergí en la profundidad de su voz ronca.
Sus labios no me dejaban respirar, mientras el torbellino de su lengua se quedaba con la casi agotada reserva de mi oxígeno.
Mientras más nos movíamos, más me empapaba. Mientras más a la profundidad llegaba, menos lo quería ver salir.
Jadeaba, pero no quería parar.
Grité, pero no pidiendo ayuda.
Me arropaba una ola del tamaño de mis deseos.
Una ola que me tatúa de verano siendo invierno, que me moja en días de sol, que juega a ser mi orilla si tengo miedo, y mi submarino cuando en tierra no quiero estar.
Es ola y yo, no quiero aprender a nadar.
Me ahogo… y no quiero salvavidas.
No nacimos en el mar, y navegamos.
Si ya entendimos que no solo el agua moja, ¿Quién dice que hay que ser pez para abrazarse a una ola?
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