Era ella
- Tinta de un bisturí
- 3 ene 2023
- 2 Min. de lectura
Eran sus días un acumulo de recuerdos sin sentido. O sí, tenían sentido, pero uno muy diferente al que desde aquella noche de otoño descubrió.
¿Era su pelo? A veces lo veía peinado con la firma del viento, otras protagonizado por mechones que al parecer se le escaparon al caluroso y agotador verano y otras, otras...
¿Eran sus ojos? Aquellos pequeños ojos, pero con una profundidad que los hacia inmensos. Esa profundidad que te amarra, que te envuelve, esa; por la que pondrías esa mirada como sinónimo de hogar.
¿Era su boca? La veía sonreír y no encontraba cuál queja darle a la vida.
¿Era su voz? Esa voz que dominaba sus sentidos, una voz dulce, pero con la firmeza para dar órdenes en un campo de batalla… Un campo de batalla que ya había desatado en él.
¿Era su cuerpo? Ese que no podía ir en las portadas de las revistas de moda, pero tampoco en la publicidad de aquellos programas para perder 100lbs. Ese cuerpo, cuyas curvas sutiles, sumisas, eran capaces de poner en línea recta el carácter que segundos atrás había estado en declive.
¿Eran sus conversaciones? Conversar con ella le daba la seguridad de que no tenía nada más en su lista de deseos por cumplir antes de morir.
¿Para qué mentir? Obvio que le faltaba un deseo o tal vez 2, quizás 30, pero todos, en algún rincón, llevaban grabado las emociones que le provocaba su presencia.
¿Su presencia? Sentirla cerca era una prueba de lo rápido que puede nuestro corazón latir, el ejemplo perfecto de lo que es perturbar a un ser humano y al mismo tiempo una paz inigualable, esa que aniquila tus ganas de estar en otro lugar.
Repasaba detalles en su mente sin poder subrayar una razón.
¿Eran muchas?
¿Era solo una?
No, no lo sabía.
Solo sabía que era ella.
Aquella combinación de partes intrigantes, aquellos dotes femeninos que te incitan a pecar, aquellas conversaciones de todo y nada, aquellos minutos que a su lado parecían irse en un solo tic-tac, aquellas risas, aquellas bromas, aquella sensación de descubrir que era lo que había en ella que le había otorgado un pase a sus pensamientos sin fecha de vencimiento y el temor de descubrirlo y perderla.
Le había obsequiado un lugar en su memoria sin ella pedirlo, le había dedicado copas de vino sin ni imaginarlo, le había cedido el paso por su mente sin restricción de horario, le había concedido el deseo de cumplir todos sus deseos, sí, a ella...
A esa mujer que se había convertido en un signo de interrogación, uno que quería convertir en puntos suspensivos... sin fecha de expiración.
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